¿Quién quiere una Lonely Planet teniendo Instagram?
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Por @MarAbad , Redactora Jefe de @yorokobuMag
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El A-380 no es un avión.
El primer día que subí a esa máquina, hace casi dos años, pude imaginar cómo sería la aviación del futuro. Despegar y aterrizar era un mero trámite del piloto. Tú, ni te enteras. Puedes saber lo que está pasando ahí fuera solo si miras la pantalla frente a tu asiento. Ahí están las imágenes que verías si te sentaras en la cabina, te asomaras desde la cola o te colgaras de las ruedas del avión. Y la emoción llevó a la adicción: compartir. El vuelo fue tan largo como para reventar la memoria del móvil. Pero bastó con hacer unas fotos.
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Aterrizamos.
No fue fácil encontrar cobertura. En Japón no regalan wifi. Pero los que pensamos que el mundo es una cárcel si nos quitan la conexión descubrimos pronto los agujeros del entramado de oscuridad que han montado en ese país el lobby de las teleco.
Hallé un trozo de espacio donde había wifi. Eran unos pocos metros que se convertirían durante unos días en uno de mis lugares de peregrinación. Las fotos del A-380 fueron a Instagram.
Es abrumador caminar por un lugar donde todo te gusta y todo te asombra. Quieres hacer de ese instante el resto de tu vida y no encuentras otra cosa a mano que una cámara. O, mejor aún, un móvil con cámara.
Los días se medían en disparos de foto. Los tiempos en quietud (trenes, hoteles, restaurantes…) se dividieron entre lo que ocurría alrededor (un lugar muy lejos… Mentalmente lejano) y lo que sucedía en mi móvil.
Repasaba las imágenes que había visto hacía tan solo unas horas. Las miraba y me decían aún más cosas que la primera vez que las observé. Las subía a un Instagram sin conexión y escribía lo que sentía al verlas en ese momento. El ejercicio se convirtió en un ritual.
A veces no distinguía bien si lo que buscaba era un paisaje sin pretensiones o una foto para Instagram. Probablemente sea deformación profesional. Los periodistas tenemos un filtro en los ojos que convierte instantáneamente nuestro alrededor en una historia. El interés de los hechos se mide, a menudo, en su valor como relato.
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La rutina de utilizar Instagram me hizo mirar muchas escenas como si estuvieran dentro de un cuadrado.
Muchos detalles que antes hubiesen pasado de largo ahora eran importantes. Formaban parte de la historia particular que estaba construyendo en mi perfil. Algo que empezó como un repositorio de pasiones personales por la cultura japonesa se acabó convirtiendo en un espacio donde cada día encontraba a una serie de personas.
Eso fue lo que me volvió a enamorar de Instagram (el amor venía de antiguo). Ese núcleo duro de personas que, cada día, comentaban las imágenes y con quienes, sin ningún tipo de acuerdo explícito, tenías una cita a diario.
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Había conocidos y desconocidos que ya no lo son.
A la vez que descubría un país, iba conociendo a nuevas personas. No solo en las calles de Japón. Es probable que, en el cómputo final, haya más nombres nuevos en mi Instagram. Entre los comentarios había, a menudo, recomendaciones de personas que ya habían estado en ese país. Lo hicieron @molinaguerrero, @ivansolbes, @dcabo… Y eso cambió el itinerario de mi viaje. Había un trazo inicial sobre dónde ir pero no había nada cerrado. Viajar debería ser, por definición, un acto libre de cadenas.
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El día que me iba de Osaka me despertó el jet-lag.
En ese hotel, con vistas absolutamente Blade Runner, había… inesperadamente… ¡¡wifi!! Pasé toda la noche hablando de la película en los renglones de Instagram. @ivansolbes me habló del acuario de la ciudad. Yo lo había descartado. Pero me convenció. Cambié los planes. Fuera Nagasaki y un día más en Osaka. Después @dcabo me habló de Naoshima. Apenas unos pocos japoneses conocen esa isla. Volví a cambiar el orden de las cosas y acabé en el barco que lleva a ese lugar… Me encantaba desconocer el lugar donde estaría tres días después.
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Instagram hizo el papel que en la mayoría de ocasiones hace Lonely Planet.
Pero, además, la mariposa voló a destinos lejos de España y Japón. Hubo quien, al saber que estaba en oriente, me escribió para ponerme en contacto con personas que viven en Tokio. Lo hicieron @fotomaf o @juanlusanchez. Y lo hicieron @anaespejo y @dcuartielles. Ella me habló de FabCafe y él me habló de Safecast. Entrevisté a los responsables de esos dos proyectos. Fue mi último día en Tokio. Y no puedo llevarme un recuerdo mejor.
Ese café y esa organización open source me fascinaron. Ese día me sacó del pellejo del turista y me hizo vivir como una tokiota más. Estaba trabajando. Me metí en sus oficinas. Me moví en esos vagones de metro repletos de ‘salary men’ en hora punta.
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Durante esos días había hecho de Instagram mi diario y mi bar de barrio.
Había reunido algunas imágenes de ese Japón que nos gusta a algunos y que está más allá de geishas y templos. El Japón estridente, diferente, desorbitado…. Y como la
Red eleva y derriba una información en flashes decisivamente efímeros, uno de los habituales, @gefe, pidió eternidad. Me dijo que no dejara morir todas esas imágenes en la multitud de internet.
Me sugirió que uniera todas las publicaciones en un hashtag. Y eso hice. En una conversación con él y con @misshedwig decidimos que ese punto de encuentro se llamaría #japonPOP. Y ahí hoy duerme gran parte de ese viaje.
Un viaje que cambió Instagram y que cambió mi forma de viajar para siempre.
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@MarAbad
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Gracias Mar por haber aceptado aportar tu visión personal sobre lo que significa hoy Instagram para ti y probablemente la de millones de personas que comparten la misma afición por esta app y por los viajes. Pudimos disfrutar de tu viaje también y es otro de los grandes atractivos de Instagram… El de poder descubrir culturas y países tan lejanos, sin moverse de “casa”.
@philgonzalez